Desplazarse y conocer nuevos lugares ha sido una de las grandes fascinaciones de la historia, sin embargo, hay lugares como la pequeña Astúlez, donde sus habitantes se estrenan en el arte de recibir visitantes.

Las casonas de piedra que dan vida a esta bucólica aldea vasca se reparten entre dos laderas, unas se ubican bajo las faldas del antiguo castillo roqueño, que servía de punto de vigilancia en la Edad Media y el resto, asentadas en el lado opuesto, lo contemplan como una postal.

En el área con las vistas más pintorescas, el Caserío Montehermoso parece querer atrapar las últimas horas de sol en los muros de piedra seca que lo bordean. El color arena del caserío, que ha sido rehabilitado con mortero de cal del mismo tono, le da un aire especialmente cálido y amable, que contrasta con los restos de hollín que quedan aún en la esquina superior derecha de su fachada principal, donde un incendio originado en la antigua cocina estuvo a punto de terminar con la casa hace ya muchos, muchos años.

Chimeneas felices

Sin embargo, el Caserío Montehermoso parece haber hecho las paces con su pasado ya que las chimeneas que salpican los tejados del edificio y las de los spas al aire libre, humean felices y despreocupadas.

Pero los clientes se pasean más tranquilos aún. Sobre todo cuando se envuelven en sus albornoces de nido de abeja y felpa. La felpa, en contacto con su piel, les mantiene abrigados en el corto recorrido entre sus apartamentos y los jardines donde están instalados los spas ecológicos. El tejido de nido de abeja queda en cambio a la vista, en un intento por darles un porte más elegante y distinguido.

A veces cuesta desprenderse del albornoz pero una vez que la temperatura del spa alcanza los 35-40 grados, pocos se resisten a probar la experiencia estrella de este complejo rural.

El manantial que brota de forma natural en las montañas del pueblo es utilizado para llenar las bañeras japonesas de madera de alerce del Caserío Montehermoso y cuando el agua alcanza temperaturas altas, el contacto con la madera provoca que ésta desprenda un aroma similar al de una sauna.

Baños calientes

El vapor que desprende el agua al retirar la tapa de madera que mantiene las bañeras limpias y calientes por más tiempo le da un encanto especial, sobre todo cuando la temperatura exterior cae considerablemente.

El contraste entre el frío exterior y el calor interior sorprende agradablemente sobre todo cuando los clientes permanecen dentro y se crean su propia burbuja de felicidad.

Algunos miran al cielo impacientes, como si esperaran que se produjera el milagro de ver nevar sobre sus cabezas mientras el cuerpo se relaja irremediablemente en el agua caliente. El calor natural que proporciona la estufa de leña que calienta el agua lo convierte en una experiencia única, que difícilmente se podrá repetir en casa.

Nostalgia de viajar

A lo lejos, las luces de las cocinas del resto de caseríos se apagan lentamente mientras se consumen sin prisa las ascuas de las chimeneas.

Los clientes se refugian en pareja en sus bañeras japonesas, dispuestos a disfrutar del espectáculo de una noche estrellada de invierno y los diálogos de las aves nocturnas que custodian este hermoso paraje les acompañan en sueños.

Con los ojos cerrados y los oídos bien abiertos, tratan de grabar en su memoria todo cuanto oyen y sienten porque durante los largos meses de coronavirus han comprobado que sentir nostalgia de un viaje que habían vivido, no les volvía personas tristes sino que les servía para ser fuertes hasta que pudieran volver a viajar como ellos anhelaban.